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Así será el cónclave que elegirá al nuevo papa en el Vaticano

El mundo católico se prepara para uno de los rituales más solemnes y herméticos de su tradición: el cónclave. En los próximos días, más de un centenar de cardenales harán su camino hacia Roma para participar en el proceso de elección del nuevo pontífice, tras la eventual vacante en la sede de Pedro. El término «cónclave» proviene del latín cum clave, que significa «con llave», una alusión directa al encierro estricto que marca este evento trascendental en la vida de la Iglesia.

Aunque hay más de 220 cardenales en la actualidad, sólo unos 130 tienen derecho a voto: son los menores de 80 años, una regla diseñada para garantizar un electorado activo y conectado con el presente de la Iglesia. Dos tercios de estos cardenales fueron designados por el papa Francisco, lo que anticipa una elección que reflejará su impronta pastoral: una Iglesia más inclusiva, descentralizada y menos atada a las estructuras tradicionales del poder europeo.

El cónclave se lleva a cabo en la Capilla Sixtina, bajo el icónico techo pintado por Miguel Ángel. Una vez que se declara el extra omnes —todos afuera—, sólo los cardenales electores, un puñado de asistentes y personal médico autorizado permanecen dentro. Desde ese momento, las puertas se cierran y comienza el aislamiento: sin teléfonos, sin internet, sin contacto alguno con el exterior. La capilla es barrida previamente en busca de dispositivos de escucha y todo se mantiene bajo absoluto secreto.

Los cardenales se alojan en la Casa Santa Marta, dentro del Vaticano, donde también residió Francisco durante todo su papado. Allí descansan y comparten las comidas, pero las deliberaciones se desarrollan exclusivamente en la Sixtina. El proceso se abre con una misa especial, tras la cual comienza la votación. Cada día se realizan hasta cuatro votaciones (dos por la mañana y dos por la tarde), y se requiere una mayoría de dos tercios para consagrar al nuevo papa. Si tras 30 votaciones no hay fumata blanca, se puede recurrir a una mayoría simple.

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Cada elector escribe su voto en una papeleta que lleva impreso eligo in summum pontificem («elijo como Sumo Pontífice»), la dobla y la deposita en un cáliz. Luego, las papeletas son quemadas en una estufa especial. Si el humo que emerge por la famosa chimenea es negro, no hubo acuerdo. Si es blanco, hay nuevo papa.

El elegido puede ser cualquier varón bautizado, aunque en la práctica el cargo recae siempre en un cardenal. Tras aceptar la elección y elegir su nombre pontificio, el nuevo papa es llevado a la llamada «Sala de las Lágrimas», donde se viste por primera vez con los hábitos blancos preparados para la ocasión. Se dispone de tres juegos en distintas tallas, confeccionados con anticipación por los sastres del Vaticano.

Finalmente, el decano del Colegio Cardenalicio se asoma al balcón de la basílica de San Pedro y pronuncia la fórmula clásica: Annuntio vobis gaudium magnum: habemus papam. Entonces, el nuevo papa aparece ante la multitud reunida en la plaza y ofrece su primera bendición como jefe de la Iglesia católica. Ese momento marca el cierre de un proceso milenario que conjuga solemnidad, tradición y misterio, y que, una vez más, pondrá en marcha una nueva etapa para más de 1.300 millones de fieles en el mundo.

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