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martes, 7 mayo , 2024

El nuevo documental de Scorsese y Dylan en Netflix: La gran máscara

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El cineasta firma un retrato del músico en el que mezcla realidad y ficción para contar una de sus grandes giras

Ojo, primer spoiler: Bob Dylan no siempre dice la verdad. Segundo: Martin Scorsese tampoco. El propio Dylan lo reconoce en un momento de Rolling Thunder Revue, el documental estrenado este miércoles en Neftlix, donde Scorsese, el director, cuenta los entresijos de la irrepetible y alocada gira que llevó al músico a recorrer Estados Unidos a mediados de los setenta con una caravana de artistas de toda condición. “Cuando alguien lleva una máscara, te dice la verdad. Cuando no la lleva, es poco probable que la diga”, asegura Dylan frente a la cámara, sin máscara, con su característica mirada huidiza y su sonrisa pícara.

El esperado documental de Martin Scorsese sobre la gira Rolling Thunder Revuees una fabulosa narración que mezcla realidad y ficción al servicio de la creación, la misma que impulsó a Dylan en otoño de 1975 para lanzarse a una de sus aventuras artísticas más fascinantes. Aquella gira sirvió para que el autor de Like a Rolling Stone recuperase el contacto con la carretera de una forma muy diferente a como lo hacían las estrellas del rock del momento, cuando el paisaje estaba dominado por las bandas de estadios. Montó un grupo itinerante, sin miembros fijos, con colaboradores esporádicos y sin apenas ensayos y recorrió Estados Unidos en autobuses improvisando sobre la marcha las actuaciones en pequeños aforos.

La mayoría de los participantes no sabían dónde ni cuándo iban a tocar en conciertos que podían durar cuatro horas y eran baratos ya entonces: 7’5 dólares (6’2 euros). Se bajaban del autobús -el principal conducido por Dylan en varias ocasiones- y se subían al escenario. Allí podía estar Joan Baez, Roger McGuinn de los Byrds, el poeta Allen Gingsberg o gente que se sumaba según la ciudad como Patti Smith, Joni Mitchell, Ramblin’ Jack Elliot, Robert Robertson y Rick Danko de The Band, Arlo Guthrie, Gordon Lightfoot o Richie Havens. Más que una banda de rock, aquella chusma nómada era un circo. Una tropa que, con un Dylan al frente con su sombrero de flores, su pañuelo gitano y su cara pintada de blanco como un actor del tradicional teatro japonés kabuki, buscaba recuperar el romanticismo del directo, esa llama original de los espectáculos primitivos -los célebres minstrelsnorteamericanos- donde el truco de magia estaba en la interpretación radical.

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“Esta gira no significó nada. Pasó hace tanto tiempo que ni había nacido. No recuerdo nada”, confiesa un Dylan actual, cercano a los ochenta años y sonriendo al principio del documental. Rolling Thunder Revue es una cinta donde el propio mito de Dylan está disfrazado con el carácter de una obra documental. Si el espectador no es un auténtico conocedor de la obra y milagros del protagonista, es muy difícil descubrir que la historia que está narrando Scorsese está llena de trampas, pero todas, eso sí, al servicio de la esencia de una gira que más bien se convirtió en una filosofía artística. “La vida no trata de encontrar nada ni de encontrarse a sí mismo. Trata de crear, de crearse a sí mismo constantemente”, asegura Dylan en Rolling Thunder Revue.

Ahí está la clave: la creación. La gira Rolling Thunder Revue fue otra odisea de Bob Dylan en la búsqueda de una nueva interpretación de sí mismo y, por consiguiente, de la música popular, sin atender a las expectativas de nadie. De esta forma, las primeras imágenes del documental no son de él, sino de un truco de magia de una antigua película muda de Georges Méliès donde un mago hace desaparecer a una mujer. Scorsese está diciendo que todo es un truco muy elaborado. De hecho, mucha prensa ya ha publicado artículos sobre este documental de autoficción cayendo en sus trampas y dan por auténticas varias mentiras.

No es verdad que Sharon Stone, estupenda actriz, conociese a Dylan en mitad de la gira cuando era una adolescente. Ni que le colase en un concierto con su madre ni le tocase en el camerino al piano Just Like a Woman. Es una forma de Dylan y Scorsese de explicar cómo, a veces, funcionan las musas en el arte. Todas las fotos de ella y Dylan juntos son trucadas, como esa declaración del músico diciendo que “era muy guapa pero muy joven” cuando la conoció. Tampoco es verdad que el músico asistiese a un concierto de Kiss en Queens porque la violinista Scarlet Rivera era la novia de uno de la banda. Es una forma absurda de explicar la inspiración de su peculiar máscara blanca durante la gira, sacada de una antigua película francesa y del teatro tradicional japonés. Tampoco el promotor Jim Gianopulos se hizo cargo de la gira ni existió el congresista Jack Tanner. Ambos sostienen el relato de que todo aquello tuvo una vocación artística por encima de una comercial o política. Pero la más chocante de las invenciones es Stefan van Dorp, el supuesto director que contrató Dylan para rodar un documental de la gira que nunca vio la luz. Realmente, ese material, atribuido a este personaje interpretado por un cómico y que es imprescindible para entender la riqueza visual de esta cinta de Netflix, forma parte de las imágenes que el propio músico, ayudado por un equipo de realizadores y con Sam Shepard de guionista seminal, captó para su película Renaldo y Clara, un filme que Scorsese, todo sea dicho, nunca menciona en Rolling Thunder Revue.

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Bob Dylan y Allen Ginsberg, en la tumba de Jack Kerouac en Massachusetts, en un instante de ‘Rolling Thunder Revue’

Arte sobre arte. Tanto es así que Dylan, y por tanto Scorsese que está a su servicio y es su aliado, obvian hablar de las montañas de cocaína que corrieron en esa gira, convirtiendo las actuaciones en interpretaciones de fuerza descarnada y desenfada, pero también de Sara, la mujer de Dylan, madre de sus hijos, y personaje esencial para entender la energía desgarradora de la Rolling Thunder Revue. Tan celoso siempre de su vida privada, Dylan no deja que se explique nada de cómo la relación llegaba a su fin y de cómo, queriéndola y dedicándole el disco Desire, estrenado durante gira, se entregó a su música, pero también a las mujeres que se le cruzaron por el camino.

Ya a finales de los sesenta, Dylan, que se despojó del calificativo «mesías» como si se quitase una camisa de fuerza, confesó: “Solo llevo la máscara de Bob Dylan cuando necesito llevarla”. Al final del documental, después de que Allen Gingsberg invite a los espectadores a poner atención en su «en su propia conciencia, en su propia meditación, en su propia belleza» para salir y alcanzar «su propia eternidad», un hombre en una película antigua se pone una máscara y suena Knockin on Heaven’s Door. Luego, se ven todas las fechas de los conciertos de Dylan dados desde 1975 hasta hoy, año por año. Es el recorrido de su música, de esa gira interminable, de ese premio Nobel de Literatura siendo un músico, de ese hombre riéndose de su mito, de ese judas judío creyendo en Dios, de ese trovador actuando y cantando todavía y por siempre. Es el origen de la Rolling Thunder Revue y la conclusión sin final, creada por dos genios, Dylan y Scorsese, conjurándose al arte, esa bella mentira al servicio de la verdad.

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Fuente: El País

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