Desde la muerte del expresidente Carlos Menem, en febrero de 2021, la disputa por su herencia abrió un conflicto familiar que parece no tener tregua. El pasado 19 de junio, Zulemita Menem volvió a apuntar contra su hermano Carlos Nair y su sobrina Antonella, hija de Carlitos Menem Jr., por reclamar una porción mayor de la sucesión.
“No tengo por qué fingir afecto. La verdad es simple: no los quiero. No siento nada por ellos, y quiero que quede claro. No pienso ‘ay, pobrecita Antonella’”, lanzó Zulemita en una entrevista con La Nación, dejando en claro su postura.
Frente a estas declaraciones, Antonella respondió en el programa Se terminó la joda (Splendid AM990). Visiblemente molesta, desmintió y criticó las afirmaciones de su tía.
“Zulemita viene diciendo esto desde que yo tenía siete años. Hablaba mal de mi mamá, de mí… Llegó a decir que yo no era hija de Carlitos, que podía ser hija de cualquier otro Menem o Yoma”, contó.
Sobre el conflicto por el ADN, Antonella aclaró que no fue su madre quien se negó a realizarlo, sino el entorno de Zulemita: “Se hicieron dos ADN extrajudiciales por parte de los abuelos paternos y maternos, y dieron un 99,99% de coincidencia. Después, mi abuelo Carlos Menem se presentó ante la Justicia y dijo ‘ella es mi nieta’. Pero Zulema Yoma impugnó esa declaración y afirmó que en realidad él podría ser mi padre, no mi abuelo”, relató, repasando los 12 años en los que no pudo llevar legalmente el apellido Menem.
Consultada sobre los dichos de Zulemita, que tildó de “vagos” a ella y a Carlos Nair por reclamar lo que les corresponde de la herencia, Antonella fue contundente: “Trabajo desde los 13 años. Laburaba en una sanguchería. Mi mamá no quería, pero a mí me encantaba trabajar. Nadie me mantuvo, nadie me ayudó. Ayudaba a mi abuela, pero siempre trabajé. Y esta mujer, díganme ustedes cuándo levantó una pala. Vivió toda la vida de arriba”.
Sobre su relación con Carlos Menem, Antonella negó que haya forzado encuentros o fotos con él: “Lo vi por primera vez a los siete años, cuando me hice el ADN. Después, a los diez, empecé a verlo en el Hotel Presidente, unas cuatro veces. También lo visité cuando estuvo preso en la Quinta de Olivos. Para mis 15 años me regaló una pulsera de oro”.
Y agregó con dolor: “Mi abuelo lloraba cada vez que me veía. Las visitas en el hotel no duraban más de media hora. Siempre había un custodio o su secretario privado presente, escuchando todo. Si lo llamaba, cambiaban los números. Nunca me dejaron tener una relación real con él”.