El gobierno tenía un as en la manga y lo jugó: convenció a una personalidad popular y de gran trayectoria para estar al frente del Teatro Colón, pero la decisión trae necesariamente aparejada una reforma profunda
Cuando en marzo pasado Julio Bocca vino una semana entera en Buenos Aires para dar clases al Ballet Estable del Teatro Colón y en la compañía del Teatro San Martín, entre las diversas actividades públicas y privadas de su agenda existió una reunión con la flamante ministra de Cultura Gabriela Ricardes, sobre la cual, con mucha cautela, prefirió entonces no hacer mayores declaraciones. Pero durante una larga jornada que compartió con LA NACION, entre ensayos y entrevistas, el exbailarín, de las máximas figuras vivas que ha dado el arte argentino, respondió a una hipótesis formulada incontables veces en los diecisiete años que pasaron desde que dejó los escenarios (nunca la danza) y se radicó en Uruguay. ¿Aceptaría Julio Bocca ser el director del Teatro Colón? “Yo tengo una mentalidad y una forma de trabajar muy diferente a la del Colón. Pero si fueran por el mismo camino, podemos hablar”, había dicho. Tras la salida, esta mañana, de Jorge Telerman, y el anuncio hoy mismo de su designación en el máximo coliseo nacional, esa respuesta pasa a resignificarse como un “ok, vamos a intentarlo”.
Esa tarde de idas y vueltas por la ciudad, Bocca daba un puñado de ejemplos concretos, algunas condiciones básicas que él pondría para tomar un cargo semejante en el Colón. “¿Empezar a trabajar a las 11? Yo soy de las ocho horas, como en cualquier parte del mundo, con una programación agendada a dos años, un presupuesto para saber qué puedo manejar y qué no. Si yo vengo acá, la orquesta, el coro y el ballet tienen que ser iguales. Tener una oficina. Mínimo. No creo que haya todo eso…”. Pero lo convencieron. Y eso significa, necesariamente, que los cambios proyectados no solamente serán artísticos sino estructurales, administrativos y culturales en la forma de trabajo de los cuerpos estables.
El referente más directo para entender el alcance de la transformación que se viene está es el Sodre de Montevideo: cuando José Pepe Mujica –sí, personalmente el Presidente de la Nación- le ofreció en 2010 a Bocca el puesto de director del ballet de esa institución, con la firma de su designación le estaba dando el visto bueno para avanzar también en las reformas no artísticas -por ejemplo, en materia de estabilidad, estatutos y relaciones con los gremios– que considerara necesarias para llevar a la compañía a un nivel de excelencia y relevancia nacional e internacional.
Esa analogía hay que verla hoy en la fórmula de Julio Bocca y el uruguayo Gerardo Grieco -juntos trabajaron en el Sodre-, que el gobierno porteño está eligiendo para lograr lo que ningún otro jefe de gobierno ni ministro de la ciudad de Buenos Aires pudo antes: que Bocca diga que sí. “La dupla ya está trabajando en el nuevo modelo de gestión del coliseo porteño, que será presentado oficialmente en los primeros días de noviembre”, se lee en el comunicado. Con este cambio de conducción, las autoridades de la ciudad de Buenos Aires se proponen una “reforma en el modelo de trabajo para lograr un teatro sostenible basado en la ejemplaridad. Al retomar el camino de origen, cuna de los grandes artistas argentinos y de la región, se promueve la excelencia y rigurosidad artística de nuestros talentos, y propicia el equilibrio entre recursos propios y recursos públicos. El equipo que llevará adelante este plan tiene como prioridades el ordenamiento de los procesos, la recuperación del foco en la relevancia local y global de la oferta artística del Teatro y la promoción de la accesibilidad para todos los públicos. El compromiso del nuevo equipo y de quienes tienen la responsabilidad de dirigir el destino del Teatro Colón es que el coliseo porteño sea cada vez más símbolo de lo que los argentinos son capaces de hacer”. En este contexto, el problema de la jubilación de los bailarines, por ejemplo, debería estar necesariamente entre los principales.
En boca de Bocca, el comunicado oficial únicamente pone apenas una frase: “Estoy muy feliz de volver a casa, muy emocionado y orgulloso de este nuevo comienzo”.
El Obelisco y después
Desde que Julio Bocca se retiró de los escenarios -pasaron ya diecisiete años de aquel megashow en la 9 de Julio, junto al Obelisco, con 300 mil personas-, fueron muchas las veces que su nombre entró en el cubilete de las designaciones. Su nombramiento requiere, necesariamente, un aval político que Ricardes y el gobierno de Jorge Macri parecieran estar dispuestos a dar. Pero si se le pregunta a él por la política, responderá: “Del único partido que soy es el del arte”. Eso no quiere decir que eluda una visión crítica, que expresa a menudo, respecto de cómo se fueron dando las políticas culturales en el país.
Preocupado no solo por el talento argentino que se exporta al mundo –”¿por qué no se quedan?” ¿”volverían si el Colón los llamara”, son preguntas que suele hacerse cuando una joven promesa se va-, Bocca también se interesa por la imagen internacional de la danza en Argentina. Sus parámetros para formular este diagnóstico son exigentes y actualizados. Su currículum como maestro internacional y coach lo ha llevado en los últimos años por los cinco continentes, del American Ballet donde fue estrella al Bolshoi de Moscú o Australia, pasando por la Ópera de París y la Scala de Milán. Para calibrar aún más ese nivel de compromisos, basta solamente con echar un vistazo a lo que hay en su agenda para los próximos meses de este año: ahora mismo, prepara las valijas para viajar a San Francisco donde trabajará con las parejas de primeros bailarines de la compañía que dirige Tamara Rojo en Manon; luego irá a dictar clases en el Royal Ballet de Londres; después, está previsto su viaje a China, donde lo contrataron para “pulir” el montaje de La Bayadera de Makarova; y finalmente se sumará a una gira a Cuba como maestro del Ballet de Montecarlo. Muy lejos está todo esto de su casa, su “refugio”, en Maldonado, adonde se mudó con su pareja cuanto terminó su exitosa gestión de una década en el SODRE, en 2017. ¿Y Buenos Aires? ¿Volverá a vivir en la ciudad que dejó cuando la fama no le permitía andar tranquilo por la calle? Tiene a favor una reciente experiencia: camuflado como uno más, a los 57 años, ahora son pocos los que advierten de quién se trata.
“La Argentina en un momento fue muy respetada, ahora siento como que afuera ni les importa. Teniendo todo el potencial que se tiene en el país… A los bailarines que llegan, luchando, todos los miran y después preguntan: ¿qué pasa, por qué no se quedan? O viene gente de afuera a trabajar acá y te comenta los problemas que tuvieron. Interiormente uno dice: ¡Por qué! Me da bronca ver, saber, que tenemos talentos y posibilidades, ¿por qué no se llega al máximo?”, decía en la misma entrevista con LA NACION hace cinco meses.
Si el gobierno acaba de jugar un as que tenía guardado en la manga, Julio Bocca se enfrentará a una partida que le representa un gran desafío: hacer historia en su país, ahora desde otro lugar, en el mayor faro cultural, que -se sabe- no es nada fácil de manejar. Es la casa donde se formó, donde deberá afrontar viejos problemas, nuevas generaciones y también una camada de bailarines que lo conoce muy bien. Cuenta para ello no sólo con el tesoro de su carrera, sino con los contactos de un mundo que lo reconoce. Y la carta blanca que el público, seguramente, le dará para comenzar. Anteayer, en una charla pública en Uruguay, entre tantas otras cosas, Julio Bocca manifestaba sentirse ahora con más experiencia. Ya sabía cuál sería su próximo gran salto.
LA NACIÓN