El equipo de Gallardo tuvo una olvidable noche en Belo Horizonte y se fue goleado 3-0. Solo una épica lo meterá en la final…
Desde que faltando 11 minutos para el inicio del partido River anunció en sus canales oficiales que Marcos Acuña no iba a ser titular quedó en el aire la sensación de que la mano venía torcida en Belo Horizonte. La sensación se estiró en un juego en el que River nunca hizo pie en un campo de juego lamentable, sin conectar líneas, perdiendo muy rápido la pelota, con una línea de cinco defensores a la que le faltaba coordinación, con un mediocampo que no encontraba pases hacia adelante, con Colidio y Borja arriba que no podían aguantarla.
Y con un Atlético Mineiro envalentonado, claro, que olfateó la sangre y fue de entrada. Aún sin grandes llegadas de gol más allá de sus goles, la lectura del trámite mostraba que el equipo de Milito podía llegar a convertir en cualquier momento. Y lo hizo. Lo hizo primero con el gol anulado a Deyverson. Lo ratificó un rato después gracias a esa pesadilla de pelo platinado que ya había sido su llave para pasar a semifinales de esta Libertadores.
Volvió a hacerlo en la segunda parte con otro golazo. Y lo definió más tarde para terminar goleando al CARP, que vivió una de esas noches brasileñas noventosas, de esas en las que el factor Gallardo todavía no existía. Este martes a la noche, aún con el Muñeco en el banco, con lo que eso representa, Mineiro le dio un cachetazo de realidad al peor River. Tres cachetazos. A un River que se ilusionaba en esta parada brava en BH sólo por el aura de su entrenador. No era poco, claro, pero los que juegan son los jugadores. Jugadores que desde la era Demichelis demostraban en muchos casos no estar a la altura. No lo estuvieron en el Arena MRV.
Mineiro es un gran equipo. Es mucho mejor equipo que River. Pero aún así el resultado se explica bastante más por los errores del CARP, una catarata de ellos, que por las propias virtudes del Galo. El primer gol de Deyverson fue una pintura de lo que sería el resto del partido. Pezzella, el que no falla nunca y acaso el jugador de mayor jerarquía que tuvo el equipo en cancha, cometió un error de cálculo demasiado caro y decidió ir al choque con un gigante de 100 kilos como Hulk.
Pero acaso lo más preocupante fue lo que ocurrió en términos colectivos: con una línea de cinco defensores, Deyverson quedó absolutamente solo, con tiempo de agarrar su celular y revisar su casilla de mensajes antes de definir. Enzo Díaz, González Pirez y especialmente Fonseca y Paulo Díaz volvieron demasiado tarde, al punto de ni salir en la foto. Inadmisible. Sobre todo en estas instancias en las que un error te deja afuera. Y los que cometió River fueron demasiados y demasiado grandes.
Pero no sólo en defensa: probablemente el problema más grande que haya tenido River en el Arena MRV haya sido un mediocampo que no hizo pie, con Simón y Nacho Fernández erráticos, con muchas pérdidas, y con un Fonseca que no logró, rodeado, cumplir el rol que sí había podido hacer en la Bombonera: el uruguayo estuvo poco fino pero también llegó muy a destiempo en los cruces. Por algo Gallardo decidió cambiar absolutamente toda la mitad de la cancha en el segundo tiempo. Tampoco funcionó. Lo mismo corrió para los delanteros, casi sin participación.
Fue una de esas noches. Como aquella en el Mineirao contra este mismo equipo. ¿Hay lugar para soñar con una Libertadores que pintaba especial, que se veía en un orden de lo predestinado, que era la ilusión de millones? Si River aspira a un milagro en el Monumental tendrá que ser otro equipo. Necesita frenar el tiempo, hacerlo pasar mucho más lento, y lograr en menos de siete días un funcionamiento que todavía no tiene en términos de juego: porque paradójicamente el problema más grande que tiene este River no es la fragilidad -y vaya que fue frágil en Brasil- sino la generación y la definición.
Más de 80.000 personas, que lo saben, irán por la épica igual. Aunque el equipo, este martes, los haya dejado a gamba.
OLÉ