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viernes, 26 abril , 2024

Crimen de Fernando Báez Sosa: los padres, por primera vez cara a cara con los acusados

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En el primer día del juicio a los ocho rugbiers, los padres del joven asesinado conmovieron a la sala con su dramático relato.

«Quiero justicia por mi hijo y un poco de paz en mi corazón», fue el pedido que, entre lágrimas, realizó Graciela Sosa al tribunal en el marco de la primera jornada del juicio por el asesinato de su hijo Fernando Báez Sosa. En una pequeña sala de los Tribunales de Dolores, tanto ella como su esposo Silvino estuvieron cara a cara por primera vez con los ocho acusados de asesinar al joven de 18 años en la madrugada del 18 de enero de 2020 en la Ciudad de Villa Gesell. Casi tres años después, una Dolores atravesada por el juicio recibe el debate que se extenderá durante todo enero y en el que se escucharán más de 150 testimonios. Durante la primera audiencia, la querella adelantó que pedirá prisión perpetua para los ocho imputados y la defensa intentó sin éxito que se declare la nulidad del proceso.

Cara a cara

Antes de salir de la sala de audiencias de los Tribunales de Dolores, tras finalizar su declaración, Graciela Sosa se paró y miró a los ocho acusados de asesinar a su hijo: “¿Por qué le hicieron esto?”, preguntó, pero no obtuvo respuesta. Eran cerca de las 15 y Máximo Thomsen, Enzo Comelli, Matías Benicelli, Blas Cinalli, Ayrton Viollaz, y Luciano, Ciro y Lucas Pertossi, todos de entre 21 y 23 años, habían ingresado a la misma sala unas cinco horas antes. Esposados, con barbijos que no se quitaron durante toda la audiencia, y escoltados por personal policial, los imputados por homicidio doblemente agravado por alevosía y por mediar premeditación se sentaron en ocho sillas preparadas en el frente de una sala en la que cabían poco más de 40 personas apretadas. Entre ellos y el público, poblado en su mayoría por sus familiares, el cordón policial contribuía a mantenerlos aislados.

Afuera, en un pasillo del Palacio de Tribunales, Graciela y Silvino esperaban su turno para prestar declaración. Los pedidos de nulidad presentados por la defensa, a los que la querella calificó de «dilatorios», hicieron que los dos tuvieran que aguardar allí toda la mañana y el mediodía. Recién a las 14.15 Graciela hizo su ingreso a la sala y pudo ver por primera vez en persona a los ocho rugbiers. Se sentó, juró decir nada más que la verdad ante la jueza María Claudia Castro, presidenta del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N°1, y escuchó la primera pregunta de su abogado, Fernando Burlando: «¿Podés describir cómo era su familia?». «Éramos inseparables, una familia feliz y humilde», respondió ella, ya con la voz entrecortada.

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Graciela recorrió entonces toda la vida de su único hijo. Desde los «55 centímetros de largo y 3,750 kilos que pesó al nacer» hasta el que calificó como «el mejor día de su vida», cuando Fernando egresó de la secundaria. También recordó que, al momento del crimen, el chico de 18 años, al que describió como «sacrificado y humilde», había dado la última materia del CBC luego de «estudiar toda la noche y después en el colectivo» para ingresar a la carrera de Abogacía. Se quebró a los gritos al recordar la mañana del 18 de enero de 2020, cuando recibió la llamada de la madre de un compañero de Fernando, que avisaba que al chico lo habían llevado en ambulancia a un hospital.

«Ese día el mundo se detuvo para mí. No entiendo y nunca aceptaré cómo chicos de la edad de Fer le hayan hecho esto. Lo atacaron por la espalda y le reventaron la cabeza», dijo, y se preguntó: «¿Con qué derecho le arrebataron la vida?». En varios tramos la jueza debió intervenir para preguntarle a Graciela cómo se sentía, pero ella fue clara: «Quiero hablar», gritó, para descargar algo de todo el dolor que supo acumular en los últimos tres años. En los bancos, algunos familiares de Fernando lloraban, mientras que los de los acusados se tomaban la cabeza. Los ocho rugbiers escuchaban quietos.

Antes de cerrar su declaración, Graciela pidió «justicia por mi hijo, yo nunca lo voy a recuperar pero quiero un poco de paz en mi corazón». Tras un cuarto intermedio, el testimonio de Silvino fue hacia el mismo lugar: «Señores jueces, están escuchando el relato de un padre que perdió todo: la felicidad, las ganas de vivir, de luchar. Que perdió lo mejor de todo que es el abrazo de su hijo», sostuvo Silvino frente al tribunal, también compuesto por los jueces Christian Rabaia y Emiliano Lázzari.

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El padre de Fernando recordó además el otro llamado que la familia recibió esa mañana, cuando ya armaban el bolso para ir de urgencia a Gesell. «Me llamó el comisario Rosales y me dijo ‘su hijo murió en una riña’ y yo no podía creer eso porque Fernando nunca había peleado con nadie ni tenía enemigos», contó. Fue recién en Gesell que Silvino confirmó que su hijo había sido asesinado, cuando le mostraron su documento, lo llevaron a reconocer el cuerpo y pudo ver, dijo, que «una parte de mí estaba tirada muerta en una bandeja de acero inoxidable».

La ciudad sin silencio

Silvino y Graciela se hospedan en un hotel cercano a los Tribunales donde se desarrolla el juicio. Llegaron en micro a la ciudad y desayunaron allí hasta cerca de las 9 de la mañana, hora en que los recogieron para caminar el breve trayecto hacia la sede judicial. Allí, en una esquina, en medio de una leve llovizna, los esperaba una larga bandera que pedía «justicia por Fernando» y mandaba «un beso hacia el cielo». Los padres no están obligados a presenciar el juicio, pero se quedarán en Dolores todo el tiempo que deseen, o soporten, ser parte del debate.

La ciudad, en la que todo parece quedar cerca y en silencio, amaneció sin embargo atravesada por ruidos de sirenas, móviles de canales de televisión nacionales y patrulleros que circulaban por la avenida Belgrano en las inmediaciones de Plaza Castelli. El camión policial procedente de la Unidad Penal N° 6 de Dolores llegó a Belgrano 141, dirección del Palacio de Tribunales, cerca de las 8 de la mañana e ingresó en el vallado preparado a las puertas del edificio, casi a lo largo de toda la cuadra. Allí bajaron los ocho acusados.

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Entre charlas, cronistas locales recordaban otro juicio emblemático que atravesó a Dolores hace más de dos décadas: el juicio por el crimen de José Luis Cabezas, que se llevó a cabo no solo en la misma ciudad sino también en la misma pequeña sala en la que ahora se desarrolla el proceso por el asesinato de Fernando. También fue en verano, entre diciembre y febrero del año 2000, aunque los cronistas recuerdan que en esa ocasión más gente se había volcado a las calles.

Ahora, en la tarde del lunes ya soleada y algo calurosa, el silencio de avenida Belgrano se vuelve a interrumpir cuando Silvino Báez y sus abogados Burlando y Fabián Améndola salen de los Tribunales, finalizada la jornada, y los micrófonos corren hacia ellos. El letrado aseguró allí estar «realmente conforme» con el desarrollo de la jornada, en especial por la celeridad con la que el TOC desechó los pedidos de nulidad de la defensa.

Silvino, por su parte, sostuvo que van «a seguir luchando», mientras que Améndola adelantó que este martes, en la segunda jornada del juicio, declararán los amigos de Fernando que estaban con él en el boliche Le Brique la noche del crimen. La lista de testimonios tiene en total a 177 personas, aunque no está confirmado que todos vayan a declarar. Cuando el silencio parece volver, el camión policial acelera para llevar a los acusados nuevamente al Penal en el que se mantendrán hasta que, en principio el próximo 31 de enero, el Tribunal dicte su sentencia.

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