El seleccionado que dirigió Del Bosque se impuso con un estilo de juego que revolucionó y cambió para siempre el orden establecido hasta entonces en el fútbol universal.
Por Héctor Roberto Laurada
España logró su primer y único título mundial en Sudáfrica 2010 un 11 de julio, cuando venció en la final a Holanda en tiempo de prórroga con un golazo inolvidable de Andrés Iniesta, el «cerebro» del Barcelona de Josep Guardiola y Lionel Messi cuyo estilo de juego revolucionó y cambió para siempre el orden establecido hasta entonces en el fútbol universal y le imprimió ese sello al seleccionado dirigido entonces por un ícono de Real Madrid como Vicente Del Bosque.
En rigor de verdad ese representativo español que rompió con el karma de los cuartos de final (un escollo mundialista insalvable en casi todo su historial) tenía una «mezcla» mayoritaria de futbolistas del «Barsa» y Real Madrid, pero el entrenador Del Bosque, ex jugador y técnico «merengue», supo conseguir de ella la amalgama perfecta que llevó a sus dirigidos a la gloria.
Posesión y control de balón desde el arquero hasta el último delantero, presión alta, ataque a los espacios vacíos por sorpresa y aceleración en el último tramo de la cancha, con sincronización ajustada en el retroceso, fueron los ingrediientes de ese Barcelona que el salmantino Del Bosque, hoy de 69 años, supo vincular para que el cóctel resultara tan sabroso como ganador.
Del Bosque fue elegido por FIFA como el mejor entrenador del mundo en 2012, y al año siguiente, en una entrevista exclusiva con Télam dejó establecido que aquel equipo histórico también tuvo su impronta, para que el valor agregado de los futbolistas de su amado Real Madrid que formaron parte del mismo no se quedaran fuera de la foto.
«El seleccionado español tuvo su propia identidad más allá de Barcelona. Es que el equipo estuvo equilibrado entre los jugadores de ese equipo y los de Real Madrid, más algunos que actúan en ligas de distintos países como la inglesa», describió por entonces quien abandonó la dirección técnica de su representativo nacional después del Mundial de Brasil 2014, algo que anticipó también en aquel reportaje.
«Si bien contamos con un plantel estable, también es cierto que desde que nos hicimos cargo en 2008 fuimos renovando el 50% de los jugadores de campo, es decir 10 de 20 futbolistas, lo que no es poco. De todas maneras los entrenadores somos esclavos de ellos y tenemos una dependencia en todo sentido», remarcó con su habitual generosidad y espíritu amplio quien también supo dirigir al Besiktas, de Turquía.
Y esta afirmación de Del Bosque fue la aceptación de una realidad incontrastable, que en definitiva lo llevó al éxito con una simultaneidad renovadora de las fuentes que mutaron de la hasta entonces tradicional «furia española» al fútbol de galera y bastón que llevó Guardiola desde «La Masía» barcelonista a la liga local primero y a toda Europa después, para convertir al «blaugrana» en el mejor equipo del mundo, algo que tenía como nunca, o como pocas veces, una aceptación global.
Ese año 2008 en el que Del Bosque asumió en «La Roja», sucediendo a Luis Aragonés (ganó la Eurocopa de ese año), fue coincidentemente el mismo en el que «Pep» asumió en la primera división del club catalán, empezando un hilo exitoso que lo llevó a ganar sucesivamente la Champions League (2008/09 y 2010/11), dos Mundiales de Clubes (2009 y 2011) y tres ligas españolas seguidas (2008/09, 2009/10 y 2010/2011).
Todos querían imitar a ese equipo en el que Messi ya cosechaba sus primeros Balones de Oro, y ante semejante poderío Del Bosque debió inyectarle a la selección esa vacuna renovadora y fortificante que le mencionó a Télam, pasando de contar cuando llegó a la selección con tres jugadores del plantel de Barcelona a ocho, y de ellos siete fueron titulares en la final mundialista sudafricana ante Holanda. A confesión de partes, relevo de pruebas.
El mencionado Iniesta, su socio barcelonista Xabi, sus compañeros de club Carles Puyol y Gerard Piqué. el arquero de Real Madrid Iker Casillas y los también «merengues» Sergio Ramos y Xabi Alonso, junto a David Villa y Jesús Navas, fueron protagonistas principales de aquella obra que tuvo su función de gala en Johannesburgo hará mañana exactamente 10 años.
Una década entera pasó desde aquel día al que precedieron un debut con sorpresiva derrota por 1 a 0 ante Suiza que abrió una usina de interrogantes apagados por las seis victorias posteriores que llevaron a los españoles a la cima del mundo.
España se convirtió en el único seleccionado en consagrarse campeón después de perder en su debut mundialista, y eso lo consiguió venciendo sucesivamente a Honduras (2-0) y Chile (2-1), en el resto de la fase de grupos, y por 1 a 0 sus cuatro encuentros siguientes, frente al Portugal del por entonces madridista Cristiano Ronaldo en octavos; a Paraguay en cuartos para meterse entre los cuatro mejores por primera vez desde Brasil 1950, y a Alemania (eliminó a la Argentina de Diego Maradona) en semis.
Las ululantes vuvuzelas, unas cornetas que tuvieron su debut y despedida en aquel Mundial, le dieron un marco sonoro a la conquista de España que tuvo un obvio significado especial para su país por ser la primera y única hasta ahora, pero para el resto del mundo significó un antes y un después que le devolvió al fútbol su impronta natural.
Fuente: Télam
