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martes, 23 abril , 2024

Ejércitos de voluntarios asisten a los que sufren la ola polar en la calle

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Los sin techo y su eterna guerra con el frío. Las personas que viven a la intermperie llegan a 1.200 en la ciudad de Buenos Aires.

Todas las noches un ejército de voluntarios caminan por las calles de Buenos Aires ayudando a las casi 1.200 personas que no tienen un techo y viven a la intemperie. No pertenecen a partido político alguno, lo hacen de corazón y su preocupación es ayudar al otro. Más precisamente a «esos otros», los que viven en la calle y no tienen absolutamente nada. Esas personas que por distintas circunstancias quedaron exiliadas de la sociedad y que sufren como nadie la llegada del invierno.

En la zona de la Facultad de Medicina, nos encontramos con Milena Iraola, directora de la ONG «Vida Solidaria». Mientras caminamos por la avenida Córdoba aprovecha para contarnos: «Todos los voluntarios sentimos que cada invierno entramos en una etapa muy hipócrita de la sociedad; porque nosotros, que estamos en la calle, vemos que mueren personas día por medio y no sólo en el invierno, también en los meses venideros por las enfermedades que acarrean».

A propósito de la cantidad de gente que vive en estas condiciones, Milena nos cuenta que no hay una estadística seria, porque oficialmente se habla de mil personas, pero sólo «Vida Solidaria» ayuda a esa cantidad de gente en la ciudad. «También están los que hablan de que son 5.000 los que viven en la calle, pero eso es mentira, es claramente para hacer campaña», dice.

La voluntaria recalca que entienden que los vecinos de Buenos Aires son muy solidarios pero sumamente desorganizados. Esta ONG es la más grande del mundo en asistencia a personas en situación de calle, cuenta con 250 voluntarios y un proyecto a futuro:

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«Tenemos un plan para sacar a toda la gente de la calle. Queremos demostrar que los vecinos organizados podemos mucho más que cualquier institución».

Hace pocos días Sergio Zacaríaz, un hombre de 52 años, se durmió y nunca más despertó. Ocurrió en la vereda de la calle Perú en la intersección con Venezuela. Por ese lugar pasaban a diario Milena y los voluntarios de su organización, conocían de cerca la historia de la víctima número cinco del frío en lo que va del año.

«Cuando se muere la gente que asistimos es muy fuerte porque sentimos un fracaso. Es decepcionante y nos genera mucha impotencia y bronca, eso nos pasa a todos los voluntarios que salimos a la calle» aseguró.

Amigos en el camino

Muy cerca del Obelisco nos encontramos con Mónica, ella es voluntaria de una ONG llamada «Amigos en el camino», ayudan a 850 personas por semana. Les alcanzan comida, kit de higiene, ropa y frazadas. Su meta es ir sacándolos de a poco de la calle, pero saben que la tarea no es fácil.

«El frío mata, pero más mata la indiferencia de los otros, el abandono al que están expuestos». La voluntaria aseguró además que en el invierno las condiciones empeoran muchísimo y todos los años escuchamos en los medios de las personas que mueren por el frío, pero pocas veces se habla de los que quedan con secuelas en el cuerpo.

Marcas que los van a acompañar de por vida. «Hay un mito sobre las personas en situación de calle y es que muchos quieren vivir así, eso es tratar superficialmente el tema, muchas veces las personas en situación de calle lo que tienen son problemas relacionados con la depresión o adicciones. Necesitan ayuda», manifestó a Crónica.

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En el pozo

Al costado del Riachuelo, en el barrio de Barracas, está la villa 21-24. En el corazón de los laberínticos pasillos nos encontramos con Daniel en su comedor «Mamá Sopa» y a pocos metros un lugar conocido como «El Pozo», una depresión en el terreno del tamaño de una cancha de fútbol cinco que suele rebalsar de agua cuando llueve.

«La humedad hace que el frío llegue hasta los huesos», nos dice una vecina que camina rapidito. El comedor aquí pasó de ser un lugar en el que uno recibe un plato de comida a una especie de refugio. Esta noche el salón está casi vacío. Se despachan viandas a los hogares para que las familias no tengan que moverse.

En el centro del pozo, un inmenso tanque de 500 litros hace de estufa y unos palets descascarados que encontraron los vecinos en la calle sirven para mantener el fuego ardiendo. Más allá, un nene de unos 11 años con un barbijo camina con un tupper en las manos hasta que se pierde en la oscuridad.

«Tiene leucemia» nos cuenta Daniel. Estamos a tan sólo a 15 minutos del Obelisco y en ese lugar se pueden ver improvisados braseros fabricados con viejas llantas y hasta algún ladrillo envuelto con una resistencia. Todo vale para mantenerse caliente.

Fuente: Crónica

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