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viernes, 29 marzo , 2024

Hay dos nuevas identificaciones de soldados de Malvinas: el zurdo que soñaba con ser estrella de fútbol y el guitarrista que amaba la música

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La Secretaría de Derechos Humanos confirmó la identificación de Mario Gustavo Rodríguez y Jorge Alfredo Maciel. Ya son 99 los soldados que recuperaron sus nombres en el marco del Proyecto Humanitario.

Con el informe entre sus manos que le indica que el cuerpo de su hijo yace definitivamente en el cementerio de Darwin, Nélida Ester Fuentes deja caer una lágrima de emoción.

La madre del soldado Jorge Alfredo Maciel esperó 36 años para poder reencontrar a ese hijo que perdió en la guerra, el 11 de junio de 1982, durante la cruenta batalla de Monte Longdon. Su cuerpo no había sido identificado y había sido enterrado bajo una lápida que decía Soldado Argentino Solo Conocido por Dios.

Pero hoy finalmente ella, que tanto lo buscó, supo que Jorge está en el camposanto argentino en las Malvinas. Esta mañana, en el Espacio de la Memoria, y en el marco del Plan del Proyecto Humanitario, los antropólogos del Equipo Argentino de Antropología Forense y los funcionarios de la Secretaría de Derechos Humanos, a cargo de Claudio Avruj, le informaron que el nombre de Maciel se suma a la lista de los 97 soldados que ya fueron identificados.

La breve historia de 18 años de Jorge cuenta que nació en Villa San Alberto, un paraje de San Andrés de Giles, donde creció junto a su hermana y el cuidado de sus padres Alfredo y Nélida. En la humilde casa todos trabajaban y ponían el hombro, así que desde pequeño ayudó en un tambo mientras asistía a la Escuela 23.

A los 16  buscó su primer trabajo «con un sueldito» para ayudar a su familia y  fue operario fabril en una empresa textil  de Cortínez, partido de Luján. Pero la música le llenaba el alma, y en sus pocos ratos libres aprendió a tocar la guitarra. En 1981 le llegó el servicio militar en Infantería de Marina, su destino fue el Batallón Infantería Comando (BICO) en Puerto Belgrano.

Cuando estalló la guerra, Jorge se ofreció como voluntario. Fue destinado al Grupo de Ametralladoras 12,7, para defender Monte Longdon.

Las cartas que llegaron desde las islas mostraban que se sentía conmovido con el paisaje de viento y soledad: «Como ya les dije, estoy muy contento de estar defendiendo nuestras Islas Malvinas, que ya son nuestras. Y no se preocupen por mí, que si me matan no se pierde nada», escribió.

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En la noche de 11 de junio los soldados del III Cuerpo de Paracaidistas ingleses avanzó sobre Monte Longdon, en medio de un intenso bombardeo naval. La explosión de una mina, detonada por un soldado británico, puso al descubierto el avance enemigo. Mientras las explosiones hacían temblar el suelo de las islas, los soldados tuvieron que cambiar su plan de batalla. Las ametralladoras que en un principio habían sido destinadas para proteger al Regimiento de Infantería 7 de un posible ataque de helicópteros comenzaron a disparar al enemigo en tierra. Hubo una primera retirada de la tropa de elite inglesa, que horas más tarde atacó nuevamente. Jorge fue alcanzado por un proyectil durante esa sangrienta madrugada.

Nélida tardó mucho tiempo en saber la verdad. Primero le dijeron que su hijo era un «desaparecido en combate». Años más tarde supo que había caído en la batalla de Monte Longdon. Finalmente, recién en 2014, pudo conocer al hombre que lo vio morir, el cabo primero Domingo Lamas.

Nélida y Lamas se habían conocido el 2 de abril de ese año, durante la vigilia que organizan los veteranos en San Andrés de Giles. Los periodistas del diario La Nueva los invitaron a la redacción para que pudieran decirse todo lo que habían callado durante años.

«Al soldado Maciel lo conocí cuando me asignaron a cargo de una compañía en Puerto Belgrano. Volamos a Malvinas el 16 de abril y, allí la compañía se dividió en tres secciones. Con Jorge fuimos designados a Monte Longdon con el objetivo de acompañar al Batallón 7″, reveló el cabo primero Lamas.

Y frente a la madre de su soldado caído, por primera vez relató cómo fueron esos últimos minutos en que Jorge murió dando batalla.

«A las 2 de la mañana me avisaron que había hombres heridos en el frente y cuando intento llegar hasta el lugar me encuentro a Jorge y otro conscripto que habían perdido su posición. Les pedí que se quedaran cuerpo a tierra porque el combate era muy intenso y pensé en ir a buscar una ametralladora para cubrir su retirada. Minutos después, cuando estaba en posición, ellos empezaron a correr agazapados hacia mí, pero una ráfaga enemiga los alcanzó».

Maciel había recibido varios disparos en su espalda. Lamas intentó ayudarlo, corrió hacia él y lo retiró de la zona de fuego. «No teníamos médicos en ese momento y como las heridas eran muy graves murió minutos después», relató conmovido.

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En San Andrés de Giles Jorge tiene dos monumentos: uno en su ciudad natal, el otro  en el Mercado Central. Una calle y un colegio llevan su nombre. Desde hoy una placa en el cementerio de Darwin dirá que el héroe ya no es un Soldado Solo Conocido por Dios.  Y su madre, que tanto lo extraña desde aquel 6 de marzo de 1982 cuando lo abrazó por última vez, podrá después de 36 años dejar una flor en esa cruz que rezará su nombre: Jorge Alfredo Maciel.

La historia del soldado Mario Gustavo Rodríguez también está llena de heroísmo y sueños rotos. Cuando hoy Adriana, su hermana, recibió la notificación de que había sido identificado sintió que los años de silencio y dolor volvían con fuerza para abrazarla.

«Se fue a fines de marzo del 82 a Malvinas. Fui a despedirlo a La Plata. Él no estaba en la lista para ir a las islas, pero se anotó como voluntario», recuerda emocionda frente a Infobae.

Y desgrana con amor los años que pudo disfrutar de su hermano menor.

Mario nació en San Martín, el 16 de junio de 1982. Cuando recién había cumplido los tres años, sus padres se separaron y sus abuelos Francisca y Eusebio se hicieron cargo de la crianza de los pequeños.

Su madre Norma del Valle Guerrero partió hacia Santiago del Estero, donde aún vive, y pudo formar una nueva familia. Su padre, Mario Rodríguez, trabajaba como empleado metalúrgico y también pudo rehacer su vida.

Tuvieron una infancia difícil, donde las tías siempre presentes y los abuelos hicieron de mamá y papá. Mario y su hermana Adriana crecieron muy unidos y compartiendo sueños.

Después de terminar la secundaria en Almirante Brown, Mario había empezado a trabajar en el taller de chapa y pintura con su tío José. «Pero a él le gustaba mucho jugar al fútbol, su sueño era llegar a primera. Estaba jugando en club Talleres de Remedios de Escalada cuando le tocó ir a la guerra. Era zurdo jugando al fútbol, pero no al escribir…», recuerda Adriana.

Partió a las islas sintiendo que se estaba enamorando de una chica del barrio, a quien nunca presentó como novia oficial pero se  preocupó de mandarle saludos y recuerdos en cada una de las cartas que envió desde las islas.

El 11 de junio de 1982, cerca de las dos y veinte de la tarde, las bombas de los Sea Harrier cayeron sobre Moody Brooke. Allí, tres soldados murieron en el bombardeo. Mario Gustavo Rodíguez, condecorado como héroe post mortem, fue uno de ellos.

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Faltaban tres días para que el general Mario Benjamín Menéndez firmara el cese el fuego frente al general británico Jeremy Moore y se diera por concluida la guerra de Malvinas.

«Primero nos dijeron que era desaparecido en acción, pero muchas explicaciones no nos dieron. Veinticinco años más tarde, un compañero de la X Brigada, me buscó para contarme la verdad», cuenta Adriana.

«José Luis Sandino estuvo en la guerra con mi hermano y me contó cómo murió. Los militares nos dijeron que le había pegado una esquirla, pero la verdad fue otra: él entraba a una guardia y en ese momento pasó el avión inglés y tiró la bomba.  Mosto y  Jose Indino, murieron con él».

Adriana tuvo muchas dudas antes de dar la muestra de sangre para la identificación: «Cuando Julio Aro -el veterano que impulsó la causa- fue a verme a mi casa en 2009 yo le dije que creía que los ingleses habían hecho un pozo gigante y que el cementerio era como una puesta en escena. Después me contaron del extraordinario trabajo que hizo el coronel inglés Geoffrey Cardozo, cuidando con tanta dignidad los cuerpos, y no lo pude creer», le dice a Infobae.

En 2001, cuando por primera vez viajó a Darwin, nadie le había avisado que Mario no estaba reconocido: «Recorrí todo el cementerio buscando el nombre de mi hermano y no lo encontré. Me senté en una cruz cualquiera y dejé allí la placa que había llevado. Fue tristísimo».

Hoy Adriana sabe que Mario está en la tumba DA1-19 «y eso me trajo paz y alivio, aunque todo lo vivido hoy fue muy fuerte», revela.

Esta tarde llamó a su madre por teléfono y le contó: «Mario está en el cementerio». Asegura que Norma del Valle Guerrero le dijo que eso la hacía feliz.

En Herrera, donde Norma vive, cuentan que la mujer se levantó todas las mañanas durante años para esperar un tren que ya no pasa, y allí sentada en la estación aguardar a que su hijo descienda de esos vagones invisibles  vestido con su uniforme militar. Norma desde hoy ya no lo espera, pero siente paz: «Él está con Dios».

Por Gaby Cociffi. Directora Editorial de Infobae

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